A quien lea:
El relato que sigue es una experiencia vivida por mi madre, Vicenta
Villalonga Aicart, durante la guerra civil española de 1936 -1939. Ella,
me la había relatado en mi juventud.
El año1987, 42 años después de los hechos, mientras la visitaba en Barcelona,
le rogué que nos la relatara otra vez, a mi esposa y a mi, y así lo hizo.
Antes de que iniciara su relato, sin que ella lo notara, yo había preparado
un magnetofón y así fue como pude hacer la grabación de su narración.
Mas tarde, transcribí la grabación de sus palabras sobre papel.
Para "situar al lector" se anticipa lo siguiente:
Es el recuerdo de un día del mes de Diciembre de 1938. Unas semanas después
las tropas del General Franco entrarían en Barcelona.
Vilallonga, es un pueblo a unos 13 kilómetros de la estación de trenes de la
ciudad de Tarragona, a 2 kilómetros del río Francolí, en dirección a la población
de Valls y no guarda ninguna relación con el apellido de la protagonista: "Villalonga"
En aquel tiempo, ella era una mujer joven de 33 años. Obrera textil del barrio
barcelonés de Gràcia, casada y madre de tres hijos.
Pedro (Peret) Vergés i Villalonga
* * *
Transcribiendo y divulgando esta historia se quiere rendir homenaje a toda
una generación
de mujeres que no que no dudaron en "mojarse los píes".
* * *
¿Que como me encuentro, dices? Púes bien. Si no fuera la vista que la voy perdiendo
y mis piernas de las que ya no me puedo fiar! Ay! Peret, cuando pienso
en lo mucho que caminé! Cuando lo pienso! Cuando pienso en aquellos tiempos
en que todos vosotros erais pequeños... Casi no me lo creo!
-Usted mama, siempre nos ha contado muchas cosas de cuando nosotros eramos
pequeños, ¿Aun se acuerda de cuando Usted era joven, de la guerra...? Quiero
decir que si ahora, que ya ha cumplido los 80 años, aun tiene buena la memoria,
si se acuerda de... antes...
-Si que me acuerdo. Sí. Si tuviera tan bien las piernas como la memoria...
pero, que le vamos a hacer... Son los años! Los años que no perdonan, Peret!
No perdonan! Pero, os he podido ver a todos cinco mayores y por eso no me quejo...
Aún me acuerdo, Peret, como si fuera ayer, de una vez, durante
la guerra, cuando estaba criando a Olga, que entonces tendría solo meses; que
en Barcelona ya no se encontraba comida y la gente debía salir de la ciudad
y tratar de conseguirla por los pueblos. Tu padre y tu tío Salvador, que entonces
era un chaval, cuando podían salían juntos con el fin de conseguir
algo de comer .
Las cosas ya andaban muy mal y corrían rumores que pasaban unos camiones
que cogían a los hombres para llevarlos al frente. Las mujeres, las que
aun nos quedaba el marido, -ha muchas la guerra ya se lo había matado- teníamos
miedo de que se nos lo llevaran, porque muchos en el frente morían.
Así es que le dije a tu padre: "Mira Amadeo, ¿Y si salís, os cogen y se
os llevan? ¿Que aré yo pobre de mi, sola, con las tres criaturas?" Lo
hablamos y le propuse: "Mañana te quedas tu con las criaturas en casa
y yo iré a Tarragona con Julia -la madrina de Sonia- a ver si encontramos avellanas".
Así acordado, al día siguiente nos levantamos a las cuatro para ir a la estación
a hacer cola para poder sacar los billetes.
-¿A cual estación?
-A la de Francia.
-¿A pie?
-Sí, y cuando llegamos allí, había ya mucha gente en la cola ¿Te acuerdas
donde antes había la aduana y se salía con los equipajes? ¿Aquella
puerta al lado? Púes era allí y nos pusimos a la cola.
Fue llegando mas gente y al cabo de un tiempo de estar allí, no se que pasó,
que se armó un lío y unas mujeres empezaron a gritar: "fuera, fuera que esa
se cuela, esa se cuela, a la cola a la cola" y me señalaban
a mi. Yo decía: "No señor, no, que yo ya estaba aquí. Ya hace tiempo que
estoy aquí". La Julia también lo decía y porque ella me defendía,
también se metían con ella. Un miliciano que habia por allí -era un soldado
que entonces les llamaban milicianos- se acercó y le dijo a Julia: "haga
usted el favor de callar porque sino la saco de la cola" y la Julia se
calló.
Bueno, nos pusimos a la cola y fue llegando mas gente. Al cabo de un tiempo
de estar allí, no se que pasó, que se armó un lío y unas mujeres empezaron a
gritar: "fuera, fuera que esa se cuela, que esa se cuela", y me señalaban a
mi, y yo decía: "No señor que yo ya estaba aquí" La Julia también lo decía
y porque ella me defendía, también se metían con ella. Yo al miliciano
no paraba de decirle: "Yo estaba aquí, yo estaba aquí". Bueno aquello que pasa,
que unas,"fulanas" detrás de mi, se empeñaron en que yo no estaba en la cola
y dale dale que te pego. ¡Mira!
Entonces el miliciano muy serio me dijo: "Venga Ud. aquí y no se mueva de mi
lado" y me hizo poner a su lado. Yo pensé: "¿Haber que pasa ahora?"
Con todo eso ya se llego la hora en que abrieron la puerta para entrar
a la estación.
-¿Todo este jaleo fue fuera de la estación?
-Sí. Fuera, al lado, donde hay la puerta lateral. Solo dejaban entrar por
allí, y hacia un frío... Bueno, así es que la gente fue entrando y Julia
entró con la cola y yo al lado del miliciano desesperándome, pero sin decir
ni pío. Cuando ya los ánimos se habían calmado y la gente entraba mas tranquila,
el miliciano que me dijo: "Pase ahora y nada de armar bronca, eh!"
Entré, y ya dentro, yo venga a mirar a mirar y a Julia no la veía. No
la pude encontrar entre tanta gente y fui y saqué billete para Tarragona.
Al no ver a Julia por ninguna parte, con el billete en la mano, entre a los
andenes, donde se coge el tren. Yo llevaba el cántaro para el aceite, vacio,
que era de dos litros, por si tuviera la suerte de encontrar, porque ya
hacia tiempo que no lo veíamos ni en pintura. Pensé: “Para no perder el billete,
lo metes dentro del cántaro" y lo envolví con un papel de periódico y lo metí
dentro. Pero, por lo visto estaba tan nerviosa con el ansia de encontrar a Julia
que al meterlo en el cántaro, sin darme cuenta , el billete cayo fuera. Tapé
el cántaro i con el ansia de encontrar a Julia me dirigí hacia el tren. A Julia
no la veía por ninguna parte. Subí al tren que me dijeron que iba a Tarragona
y jo, pobre de mi, no sabia donde Tarragona caía. Nunca había estado allí.
Jo casi no habia salido de Barcelona, solo habia ido a Les Planes y a Sardanyola.
La mayoría de gente no viajaba tanto como ahora viajáis.
Intentando encontrar a Julia el tren arrancó. Ya no la vi hasta cuando volví
a Barcelona. Ella, al no encontrarme, no cogió el tren.
Llena de inquietud, inseguridad y frío, me acurruqué en el asiento. En una bolsa
llevaba una botella de agua para el viaje y para cambiar por comida llevaba
solo: Tres paquetes de cigarrillos "mataquintos", unas alpargatas usadas, y
un hacha de podar olivos. Las alpargatas habían sido las últimas que llevó mi
padre antes de morir. Estaban aún en muy buen estado, las había lavado y junto
con el hacha, que también había sido de él, lo guardaba como recuerdo. Pero
ya no nos quedaban otras cosas para ofrecer, y me lo llevé. También llevaba
algún dinero, pero aquellas pesetas ya casi nadie las quería porque corrían
rumores que acabada la guerra no tendrían valor. Y así fue.
Imagina Peret, como estábamos que para cambiar por comida ya no
nos quedaba nada mas que la “miseria que llevaba dentro de aquella bolsa. Cuando
lo recuerdo...Por los “Mataquintos" aun se conseguía algo, pero por lo demás...
¿"Mataquintos?
- Era el tabaco que daban a los soldados. No se que nombre tenía, pero la
gente lo llamaba "mataquintos". Tu padre decía que era un tabaco muy malo. Cuando
podía conseguir algún paquete, lo abría con mucho cuidado y con la
navaja de afeitar cortaba de cada uno de los cigarrillos una puntita
y lo volvía a pegar. Lo guardábamos para cambiar por comida. Con el tabaco de
las puntitas que cortaba, liaba cigarrillos y de aquello fumaba él.
Desde el tren veía el mar y antes de llegar a Tarragona pasó el revisor
pidiendo los billetes y yo al abrir el cántaro y no encontrarlo dije: "¡Ay!
¡Pero si lo puse aquí y no está!" Yo, venga a buscar y a rebuscar y el billete
no apareció de entre el papel de periódico. Lo había perdido. El revisor me
dijo: "Púes habrá de pagar" No estoy segura, pero me parece que me hizo
pagar doce pesetas. Unas pesetas que para mi en aquellos tiempos eran como doce
muelas ¿Sabes? Y las pagué.
Al bajar del tren en Tarragona tampoco vi a Julia. Me encontré sola sin conocer
a nadie ni el lugar. Salí de la estación, empecé a caminar entre la gente
y andaba sin saber por donde, porque la verdad es que no sabía a donde ir para
conseguir avellanas, que era lo que yo quería. En éso que me adelantaron unas
mujeres que andaban deprisa y hablaban. Oí a una que decía: " Si vamos a por
las avellanas a Vilallonga, a las seis ya podremos estar aquí" Yo lo capté y
me dije: "Esas van a buscar avellanas y es lo que a mi me interesa.
Lo de las seis también me va bien, púes por la cuenta que te lleva Vicenta,
no las pierdas de vista"
Continué detrás de aquellas mujeres y al poco de seguirlas, una
de ellas se volvió, se paró y me miró; me miró de una manera que me dio la sensación
como si deseara, viéndome sola, que me uniera a ellas.
Pero se le acercó una de las otras y cogiendola del brazo oí que le decía: "Venga
venga, deja deja, vamos" y apresurandose se fueron con las otras y jo
me quedé sola.
Entonces, ¿Sabes lo que hice? púes sin dejarlas de vista las seguí a distancia.
Andaban muy de prisa, pero como yo entonces era muy ágil de piernas, tris
tras, tris tras, no tenía dificultad en seguirlas. A ellas los píes no les tocaban
suelo, pero a mi tampoco.
Recuerdo que vi la catedral y pasé un puente, también que atravesé un
río. Las seguí a distancia, hasta que después de caminar mucho llegaron
a un pueblo. Entraron en él y ya no las vi.
-¿Era Vilallonga el pueblo?
-Sí.
-¡Desde Tarragona a Vilallonga hay unos 14 kilómetros!
-No lo se. Solo recuerdo que caminé mucho. y de que cuando llegué al pueblo
no se veía a nadie por la calle. Me metí por una y recuerdo todas aquellas puertas
de pueblo cerradas. Aquellas puertas de madera. De madera de pueblo, ¿sabes?
No me atrevía a llamar a ninguna puerta. Casi al final de aquella
calle, vi una que estaba entreabierta. Me acerqué y llamé diciendo: "Bon
día". Oí un rumor y me abrió un hombre, Era un hombre jorobado, bastante
joven aun. Sentí un no se qué al verle. Llevaba camisa, faja y unas alpargatas
en chancletas que se veían muy usadas. Me dijo: "Bon día. Qué quiere?"
Yo le pregunté si tenía avellanas para vender. "¿Lleva algo
para cambiar?" -me preguntó- Yo -¡pobre de mi! - de la bolsa que
llevaba, saqué los tres paquetes de cigarrillos "Mataquintos" y las
alpargatas. ¡Mira!, Peret, si hubieras visto la cara de aquel hombre
cuando vio las alpargatas! Parecía que hubiese visto a un ángel. "¿Que quiere
por las alpargatas?" -me dijo- y sin darme tiempo a responderle, señalando el
cántaro para el aceite, que yo llevaba colgado del brazo, continuo: "¿Quiere
aceite?" -Imagina, Peret, ¡aceite!, que hacia ya no sé cuanto tiempo
que no teníamos- Asentí con la cabeza, -casi no me lo creía- le di el
cántaro, y fue y me lo llenó de aceite. Yo había dejado en el suelo la botella
que había llevado con agua para el viaje. La cogió diciendo: "Se la llenaré
de vino" y cuando me trajo la botella llena de vino, señalando un capazo
lleno de algarrobas que tenía allí en el portal, también me dijo: "Coja
las algarrobas que quiera"
Así es que, por las alpargatas que habían sido las últimas que mi padre había
llevado antes de morir; aquel hombre jorobado me dio: Dos litros de aceite,
uno de vino, y del capazo que tenía de algarrobas, me dejó coger todas las que
me pude llevar. También me dio algunos palosantos. Todo ello por las alpargatas
que yo guardaba como recuerdo de mi padre. No creo en los milagros, Peret;
pero...
Mientras me comía un palosanto, que ya era muy maduro, le pregunté si tenía
avellanas i me dijo que si. Le pedí que me vendiera y dijo que me vendería si
le daba los "mataquintos". Le dije que bueno. Pude cargar 14 kilos.
También le di aquella hacha que habia sido de mi padre.
Allí mismo, me até un cordel a la cintura a modo de cinturón y por el
escote del vestido metí tantas avellanas como pude. Recuerdo que debajo del
vestido aún llevaba puesta la camisa de dormir, porque cuando salí de
casa, hacia mucho frío.
-¿Para que se metió avellanas por el escote dentro del vestido?
-Para salvar algunas en caso que se tuviera mala suerte y la patrulla te requisara.
Púes al salir de las estaciones los paquetes con comida los requisaban.
Te los cogían. La que llevabas encima, en los bolsillos o donde podías, no era
tan fácil que te la quitaran. Si se tenía mala suerte, al menos se salvaba algo.
Después de la guerra también continuaron requisando la comida que llevabas cuando
volvías de fuera. Para la gente trabajadora fueron unos tiempos muy duros. Tu
y tus hermanas eráis pequeños y no os acordáis de aquello.
Mientras hacia los paquetes, le pregunté a aquel hombre jorobado: "Tendré
tiempo de llegar a Tarragona para coger el tren de las seis?", "Si
se da prisa,sí" -me respondió. Antes de salir me comí otro palosanto y
tomé un trago de vino de la botella. Desde que había salido de casa solo había
bebido agua,. Con el ansia y angustia que llevaba en mi cuerpo no había sentido
ni hambre ni cansancio. No había hecho ninguna salida de Barcelona, para ir
a la aventura a buscar algo que comer. Tenía 33 años y de salud he tenido siempre.
Es ahora que ya no puedo fiarme de mis piernas!
Salí con tres bultos, la bolsa, el pañuelo de hacer hatillos que llevaba y el
cántaro. Uno me lo coloqué sobre la cabeza -ya debes recordar que yo siempre
tuve mucha habilidad para llevar cosas con la cabeza- y con uno en cada
mano, salí de aquel pueblo con los tres bultos y la ansiedad de no perder
el tren de Barcelona. Andaba con paso ligero, tris tras, tris tras, y a pesar
de la carga que llevaba, me sentía contenta por la suerte que había tenido de
conseguir avellanas i aceite.
Al poco de andar, a lo lejos, reconocí al grupo de mujeres que también
iban ya camino de regreso. Volví a seguirlas a distancia y siguiendolas,
vi que se metían en un cañizal junto al río. Las perdí de vista. Comprendí que
habían tomado un atajo e hice lo mismo. Dentro del cañizal el camino era muy
estrechó, y cuando salí del cañizal me encontré a la orilla del río y vi que
ellas ya lo habían cruzado.
-Seguramente seria el río Francolí.
-No lo se. Se podía atravesar, sin mojarse, poniendo los pies de piedra
en piedra y manteniendo el equilibrio. Y ya me tienes a mi, Peret, cruzando
el río balanceándome con los tres bultos, sobre aquella maroma de piedras.
Cuando ya me faltaba poco para llegar a la otra orilla, tuve la mala suerte
de resbalar. No me caí del todo, pero me mojé hasta por encima de la rodilla.
Los bajos del vestido y las alpargatas se me empaparon. No recuerdo si
llevaba medias, pero si recuerdo que al salir de casa, para ir mas abrigada
de pies, me había puesto unas alpargatas de tu padre, que eran de aquellas que
las llamaban de cazador. Eran de lona, cerradas y altas hasta el tobillo. Eran
como las que llevaban algunos milicianos.
- ¿Te acuerdas de como eran?
- Sí, que que me acuerdo. Sí...
-Salí del agua medio empapada y aun tuve suerte de que no se vertiera el
aceite del cántaro. ¿Tu no debes acordarte ya, de como eran aquellos cántaros,
¿verdad?
-Si mamá, aún me acuerdo. Eran de hojalata, cilíndricos, con un cuello con
gollete, tapadera y una asa de alambre que llevaba ensartada un asidero de
madera. Ahora ya empiezan a venderlos los anticuarios.
-Pues como iba diciendo, seguí andando con el chip chap en los en pies y
la ropa mojada hasta las rodillas y llegué a Tarragona.
Allí, antes de llegar a la estación, vi a mucha gente que corría. "¿Que pasa?
¿Que pasa?" grité a alguien que paso corriendo. "¡Requisan! La patrulla!"
contestaron. Imagina! Peret, después de haber andado tanto aquella agitación!
¿Que haré yo pobre de mi? me pregunté a mi misma, cargada como iba. Con la angustia
en el cuerpo y miedo a perder el tren -entonces no teníamos reloj de pulsera,
como todos tenéis ahora- sin saber que hacer me metí en un portal y esperé.Cuando
me pareció que ya no habia peligro, llena de miedo y casi de portal en
portal, llegué a la estación. Me dijeron que el tren hacia Barcelona aun
no había salido. Me quedé esperando fuera, al lado de la estación.
Medio muerta de cansancio, temor y no se que mas, me senté en el suelo junto
a una pared con los bultos a mi lado. Fue entonces cuando recliné la espalda
en aquella pared que noté en mi piel las avellanas que yo llevaba dentro del
vestido, Mojada como iba y las alpargatas empapadas, sentí mucho frío! Tenía
los pies, Paret, como el mármol!
Estaba allí sentada, esperando, cuando delante de mi apareció un miliciano
armado. Se me quedo mirando un momento y pregunto:
-"¿Cuantas avellanas lleva?"
-"Doce quilos quilos" -le respondí.
Aquel miliciano con una voz extraña y suave que jo no esperaba me dijo:
-"Aun que llevara mas, tampoco se las quitaría"
Me lo dijo sin autoridad; en un tono amable; y de una manera que yo no
esperaba. A mi solo me salió un débil hilo de voz para decirle: "No sabe
usted la alegría que me da" Pero, me parece que mis débiles palabras ni llegaron
a él. Se fue y ya no le vi mas.
Cuando llegó el tren había ya mucha gente esperandole. Subimos a unos vagones!
Peret! ¡destartalados! Sin cristales, ni puertas y poca luz.
Pude sentarme y delante de mi se sentó un hombre que llevaba una garrafa de
las de cuatro litros y la colocó entre sus pies y los míos. El tren se puso
en marcha y ya me sentí mas tranquila.
Después me saqué de los pies las alpargatas mojadas y con el pañuelo me los
froté porque ya no podía aguantar mas el frío. Cuando puse los pies en el suelo,
lo noté mojado. Ya era oscuro y en el vagón había muy poca luz. Comprobé que
aquel liquido era vino. Se lo dije al hombre de la garrafa. La levantó y vimos
que el vino se salía. El hombre dijo: "Antes que se pierda del todo es mejor
beberlo" y tomo un largo trago. El vino que chorreaba le mojó la ropa.
Aquella garrafa pasó rápidamente de unos a otros y mientras unos la mantenían
levantada, otros con las manos juntas recogíamos vino del que por debajo perdía
y lo bebíamos. La garrafa, vacia ya, la tiramos por la ventana. Luego
comí algunas avellanas que yo me sacaba una a una del escote. Corría el tren
y dentro de aquellos vagones sin cristales ni calefacción pasé mucho frío. Frío
de verdad.
Pasado un tiempo alguien dijo que pasábamos por San Vicenç y poco después, fuera
del tren, se escucho una explosión. Siguió otra y otra y de repente gritos de:
"Nos bombardean! Nos Bombardean!" ¡Imagina la angustia de la gente!. El
tren corría, corría. Se volvió a oir otra explosión y el vagón fue salpicado
con metralla. El tren entró en un túnel, y dentro, se paró. Se escucharon voces
que decían: "Aquí estamos seguros" Al poco otra voz: "Atención! Atención! No
se muevan y permanezcan en sus sitios. Estaremos aquí hasta que a los aviones
se vayan." Alguien comentó: "Cuando se les acabe la bencina, tendrán que irse"
Estuvimos bastante tiempo en el túnel. Creo que era cerca de Sitges. Después
el tren volvió a ponerse en marcha y pudimos llegar a Barcelona.
Desde la Estación de Francia, y con miedo a que me requisaran lo que llevaba,
caminé junto a la pared del Parque de la Ciudadela, llegué al Arco del Triunfo
y subiendo por el Paseo de San Juan, las calles Roger de Flor, Nápoles y Sicilia,
llegue aquí a casa. Por el camino no encontré casi a nadie. Me crucé con un
Sereno que me saludo: "Bona nit". Yo ya no podía con mi alma. Solo quería llegar
a casa.
No se a que hora salimos de Tarragona ni cuando llegó el tren a Barcelona, pero
cuando pasaba por delante de la fábrica, La Sedeta, del reloj del Hospital de
San Pablo oí sonar las dos.
En el portal de casa me descargué de los bultos y llamé. Tu padre me abrió y
por el ojo de la escalera dije: Soy yo! Amadeo, baja! Ayudame! Bajó tu padre
y subiendo la escalera me dijo: " Vicenta, ya hacía rato que estaba preocupado"
Una vez aquí dentro del piso lo primero que le dije fue: "Calienta agua Amadeo"
Tu padre fue a la cocina, y yo, aquí mismo, donde ahora estamos, de pie, me
desaté el cordel que llevaba en la cintura y el suelo se sembró de avellanas.
Cuando quise levantar los brazos para sacarme la ropa, los pechos y el cuerpo
me dolieron mucho. Estaba criando a la Olga y a pesar de lo poco y mal que comíamos,
tenía suficiente leche para criarla -a todos cinco os pude dar el pecho durante
muchos meses- y como había estado tantas horas sin poderle darle de mamar, los
pechos me hacían daño de llenos que estaban y porque las avellanas, que habia
llevado dentro el escote, me los habían apretado durante el viaje.
Me desnudé, y tu padre vio que yo aun llevaba avellanas incrustadas en la piel
de la espalda y me las quitó poco a poco.
Me envolví en una manta y me senté en ése taburete que ves aquí. ¡Ese mismo!,
a la espera del agua caliente para poner los pies dentro.
Con los píes dentro de la palangana , ya me sentí mejor, pero los pechos me
dolían. Le pedí a tu padre que me trajera la nena. Dudaba en darle a mamar aquella
leche que yo llevaba en mis pechos tantas horas retenida. Pensaba que aquella
leche, después de las horas de angustia y fatiga que yo había pasado,
le podría sentar mal. Me saqué yo misma unos primeros chorros de leche de cada
uno de los pechos y le di a mamar cambiandomela a menudo de pecho para que me
aliviara. Mientras Olga mamaba le dije a tu padre que me acercara la bolsa y
de ella saqué unas algarrobas y mientras la niña mamaba, me las comí.
Tu padre, con la escoba, habia recogido las avellanas del suelo y a mi lado
empezó a comerlas. De la bolsa saqué de entre las avellanas y algarrobas la
botella de vino y le dije:
-"Mira Amadeo! he traído también un poco de vino" Y, aun me acuerdo,
Peret, como si fuera ahora, que tu padre dijo:
-"Nos vendrá bien Vicenta, porque pasado mañana es Navidad".
Tu y Sonia dormíais en el cuarto pequeño. Era el mes de Diciembre
de 1938. Unas semanas mas tarde, a finales del mes de Enero, las tropas de Franco
entraron en Barcelona. Después oí decir que la guerra había terminado.
P. Vergés i Villalonga
Zürich, 23 Septiembre 1996
Els meus textos poden ser utilizats, sense esser modificats, avisant prèviament per e-mail a: pedro@verges.org